miércoles, 9 de septiembre de 2009

Triste, otra vez

Estoy profundamente triste. Esta depresión llegó para quedarse. No sé por qué no puedo sentirme mejor. Tal vez es que estoy en la víspera de mi periodo. Las hormonas me traicionan. No tengo ganas de hacer nada. Sólo quiero llorar y no puedo. Ya no me salen las lágrimas.
Estoy triste porque la situación del país -la maldita crisis mundial además de la local- nos tienen al borde del abismo y la pobreza. ¿Hay alguna salida?
Mi mente vuelve al mismo tema: quiero trabajar, pero no puedo. No tengo con quien dejar a Petiso. Quiero un trabajo de medio tiempo. Don D me dice que puedo trabajar, PERO, sin descuidar la casa. ¿Eso es posible?
Necesito dinero. ¡Necesitamos dinero! En esta época todas las familias necesitan lo mismo. Estamos endeudados hasta las cachas. Se va medio sueldo de mi marido en pagar préstamos. Yo no veo la salida. Quiero trabajar. Es una necesidad personal y ahora económica.
Me pregunto si como país podremos salir adelante; si en algún momento dejará de haber vivales que dejen de saquear a la Nación.
El martes Agustín Carstens, secretario de Hacienda, planetó más impuestos. ¿De dónde demonios sacaremos más dinero para pagarlos si los salarios no aumentarán un ápice? ¿De qué están hechos los funcionarios públicos? ¿Pierden la sensibilidad y se deshumanizan cuando son nombrados disque servidores públicos? ¿No piensan?
Todo esto pasa por mi mente mientras mis ojos están tristes, mientras me duele la cabeza. Mientras mi corazón está estrujado y no hay modo de consolarme. Lloro por dentro. Las lágrimas se me acabaron. Mis ojos están secos, tanto como mi esperanza.
No se vale. El México que veo no es el que quiero dejar para mi niño.

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