lunes, 23 de noviembre de 2009

Desahogo

Ya estoy harta de ver que muchas de las personas que conocí cuando era periodista tienen ahora mucho éxito y miro hacia mí y no he hecho nada. Estoy cansada de ver el éxito en otros y yo no puedo hacer nada.
Los que fueron mis compañeros publican libros, se han titulado de la maestría, son jefes en sus nuevos empleos, ganan premios internacionales y yo aquí sentada en mi casa escribiendo un blog personal en donde pongo todas mis frustraciones. Me siento atada de pies y manos. Pero qué le voy a hacer.
Dicen que así es la vida de las mamás: encierro total. Yo conozco muchas mamás que dejan a sus hijos todo el día en las guarderías y se dedican a trabajar, a producir, a ganar dinero, a desarrollar su propia persona. Y yo aquí.
No sé si en realidad no puedo o es que no me atrevo. No me atrevo a dejar a Petiso mucho tiempo en la escuela o con su papá.
La verdad es que me tiene cansada el hecho de que mi marido siempre tiene demasiado trabajo. Cuando le toca quedarse una tarde o algunas horas de la tarde con él se cansa muy rápido y no le aguanta el paso al niño. Luego de haber estado al cuidado con el niño tiene cara de enojado. No me quedo a gusto dejándolo con él.
Yo me he llevado la peor parte de la maternidad: mucho trabajo, cansancio, desvelos además de las tareas de casa. Me siento muy triste, frustrada. Aunque mi marido me dice que estoy haciendo lo que debo.
Ya no aguanto más. A veces quisiera morirme. Pero cuando veo a mi niño lleno de vida, de ganas de correr y de hacer travesuras, pienso que mi sacrificio ha valido la pena. Aunque no sé cómo quedaré al final.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Y todo por unas lunetas

Era jueves por la tarde. Llevé a Petiso a la clínica de la seguridad social para que le pusieran la vacuna contra la influenza. Como empezaba a llorar, le prometí comprarle unas lunetas si se dejaba inyectar. Se movió mucho y finalmente lo tuvieron que picar dos veces para ponerle la mentada medicina contra la influenza tipo A.

Salimos de la clínica, y lo llevé a comprar lunetas. Cuando llegamos al centro comercial se había quedado dormido en su sillita en la parte trasera del auto. Como conozco muy bien a mi niño y sabía que al despertar me pediría las lunetas. Me aparqué en el estacionamiento, y pensé que si iba corriendo a comprar los dulces -que venden en un dispensador al que se le ponen dos monedas de un peso- no me tardaría mucho y mi hijo no correría peligro.

Comencé a correr lo más rápido que pude. El acceso a la tienda tiene dos enormes puertas de vidrio limpísimas, muy transparentes que se abren cuando un sensor detecta que alguien se acerca. Esta vez el sensor no funcionó, yo iba corriendo a todo lo que daba y entre mi nerviosismo por hacerlo rápido para no dejar a Petiso solo mucho tiempo nunca me di cuenta que las puertas de vidrio no se abrieron.

¡Pack! Fue lo único que escuché. Sentí que algo me detuvo de golpe. Era el vidrio. Primero me impidió el paso, supongo que mi rodilla derecha era lo que iba más adelante pues primero sentí el golpe en ella y luego vi como las luces del lugar se acercaban rápidamente a mí, como cuando uno va en el Metro a gran velocidad, enseguida otro fuerte golpe de frente en la cara y luego me caí de espalda. Esto último fue como en cámara lenta.

Alcancé a pensar que no quería pegarme en la cabeza, reaccioné y metí los codos. Enseguida todo era confusión. Cuando intenté levantarme, la voz de una mujer me preguntó: "¿Se siente bien? ¿Se puede levantar? Siéntese aquí (en una especie de poste pequeño de cemento que impide que los coches se metan al centro comercial)".

Justamente fue cuando reaccioné: "No, por favor, no puedo quedarme aquí sentada porque mi niño se quedó dormido en el coche".

Todavía recuerdo que pregunté :"¿tengo sangre?". "Sí, en la boca y la nariz", me respondió la mujer que iba acompañada de su esposo. Tomándome de ambos brazos, me llevaron caminando a mi coche. Intenté abrirlo y la mano me temblaba. La mujer tomó la llave y abrió. Me sentaron en el asiento del conductor. Mi hijo aún dormía.

Me preguntaron si necesitaba comprar algo o si se me ofrecía que me llevaran algo.

Recuerdo que respondí: "sólo iba a comprar unas lunetas".

Subieron al supermercado. El tiempo pasaba y cada vez sentía mas calor en la boca, me seguía saliendo sangre. Me limpié con un kleenex blanco que quedó empapado de rojo.

Cuando me vi en el espejo retrovisor me di cuenta que me había roto un diente, el del lado izquierdo de los dos frontales superiores. Y mis labios cada vez se veían más hinchados.

Fue entonces cuando comencé a llorar de dolor, coraje y mucha tristeza. Me puse a pensar que había puesto mi vida en peligro, que pudo haber sido peor, que me pude haber desmayado y ...

Llamé a Don D para que fuera a recogerme. Y mientras él llegaba las lágrimas salían (siguen escurriendo) y salían y salían. Petiso, afortunadamente, seguía dormido.

Volvieron las dos personas que me habían levantado. El señor me dio las lunetas y la señora una botellita de agua. "Conviene que se enjuague su boca", sugirió. Alarmados y algo preocupados, estos dos ángeles volvieron a la tienda a hacer sus compras. Querían quedarse conmigo hasta que llegara mi esposo pero consideré que no era necesario. Agradecí sus atenciones y se fueron.

Cuando llegó Don D yo era un mar de lágrimas y cada vez me costaba más trabajo hablar pues el labio superior lo tenía cual boxeador.

Luego fui al dentista y el diagnóstico fue: ¡dos dientes fracturados! No me los tiré de milagro. Y también de milagro no se rompió el vidrio con el que choqué, que si no, no sé qué hubiera pasado. Así que ahora traigo una férula en los dientes. Será así durante tres semanas. Después, dos coronas, una en cada diente, que costarán carísimas.

Cuando Petiso despertó, ¿saben qué hizo? Pidió sus lunetas, jajaja.

Luego de todo esto pienso que, sin querer ser egoísta, no puedo ni debo querer hacer lo imposible por darle a mi hijo todo lo que quiere pues en una de esas mi vida va de por medio.

Lo peor de todo es que recuerdo perfectamente que había algo dentro de mí que me decía: "no lo hagas, no lo hagas, no lo hagas". Y lo hice.

No debí dejar al niño, solo, dormido dentro del coche. Aún cuando sólo fueron unos minutos. No debí correr como loca sin ver lo que había frente a mí. El vidrio no tiene señal alguna de que está ahí. No soy "súper mamá" ni tampoco debo intentar serlo.

Los hijos valen y mucho. Pero también cuestan. Desde ese día, no corro por nada del mundo, voy a prisa, pero no corriendo. Me tomo mi tiempo para todo y me concentro en lo que hago.

Aprendí mucho, aprendí a no andar acelerada, a frenar un poco las peticiones de mi niño, claro, todo con cariño.

Y aprendí que mi integridad física y emocional es lo más valioso que tengo. Luego de unos días me he sentido adolorida y con el alma rota. Es chistoso lo que un golpe puede hacer. Pensé entonces en las mujeres que son maltratadas: no quedan ganas de hacer nada después de una tranquiza.

Ahora tengo una rodilla pelada, los codos adoloridos y dos dientes fracturados. Y todo por unas lunetas.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Dinero

¡Estoy harta de no tener dinero y causar lástimas!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¡Ya tengo coche! Y más deudas también

Gracias a que Don D se puso las pilas -con el respectivo aumento en las deudas- desde hace algunos días ¡ya tengo coche! Ya puedo llevar a Petiso a la escuela sin tener que pedirle favores a nadie. No dependo más que de mí y del auto, claro está, porque a veces se pone sus moños.
Es toda una experiencia que me ha devuelto mi libertad. Libertad, si ustedes queridos lectores quieren, para ir al mercado, al super, a llevar y recoger al niño del Cole o al médico, pero libertad de movimiento al fin y al cabo.
Desde que tuve que dejar de manejar -recién embarazada- me sentía atada de pies y manos. No podía moverme a mi libre albedrío, dependía de mi marido o del nefasto servicio de transporte público que hay en este Pueblito.
Pero ahora soy yo misma. Conducir es una de esas experiencias en la que todo depende casi por completo de mí. Y digo casi porque también dependo del conductor de al lado, del de detrás y del que está adelante. Pero la dirección del auto es completa y absoluta responsabilidad mía.
Ya no tengo que salir de casa 40 minutos antes de que el niño entre o salga de clases. Tampoco vuelvo al hogar horas después. Ahora me siento Yo otra vez, con esa libertad que había quedado guardadita un tiempo.
Es increíble pero ¡me siento viva!